Sube la tensión
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Sin llegar a las amenazas de muerte que se cruzaron en el Congreso español en vísperas de la Guerra Civil, el duelo de ayer entre Pablo Casado y Pedro Sánchez fue el de mayor intensidad en nuestra ya no tan joven democracia. Acusar, como hizo el primero al segundo de ser cómplice de la conspiración en marcha para trocear España es el mayor cargo que puede hacerse a un presidente de Gobierno. En otros tiempos le hubiera valido enviarle los padrinos para un duelo a primera sangre. Hoy se quedó en severa admonición de que se retractara, que no hizo, tan calientes están los ánimos. ¿Se excedió Casado? Dependerá de a quién pregunte, pero Sánchez está arriesgando demasiado, no sólo personalmente, sino de España. Eso de diseñar un presupuesto con un partido antisistema que cuyas directrices económicas son abiertamente antimercado y estatalistas, que han llevado a tantos países a la miseria, no parece una buena idea. Y peor todavía es la de buscar el apoyo de los partidos nacionalistas que buscan la independencia sin rodeos. Que les haya enviado a Iglesias como mediador no es ningún alivio, sino todo lo contrario, pues el líder de Podemos ha dado muestras de estar más próximo a sus planteamientos que a los de una España unida, democrática, liberal, fiel a su tradición y a su historia. O sea, que pese a lo descarnado de su acusación, Casado estaba diciendo algo real y muy grave.
Si quisiéramos la confirmación de ello bastaría el intento en marcha de los mismos intérpretes de revisar el Código Penal para suavizar e incluso eliminar delitos como las injurias al Rey, uno de los principales objetivos que, como ABC viene denunciando, se han marcado. Lo que nos lleva a una situación esperpéntica. Si yo injurio abiertamente a otro ciudadano puedo ser acreedor de una condena proporcional a la magnitud de la ofensa. Pero de consolidarse la revisión, si injurio al Rey, llamándole, como se ha hecho, hooligang, no me pasaría nada. O sea que queriéndose combatir un «privilegio», lo que se hace es una injusticia. Todo por la «libertad de palabra», como si no tuviera límites, que los tiene, como todo en un Estado de Derecho. Lo mismo ocurre con las ofensas a los sentimientos religiosos y a los signos de la nación, que podrán ser pisoteados, suponemos si no son los islamistas, pues estos progres se andan con mucho cuidado con su seguridad. Y no les digo nada con el punto más innoble de este intento: el que quiere rebajar el enaltecimiento del terrorismo, que sería una segunda ofensa a las víctimas y a sus familiares, además de por vida, ellos que están contra la cadena perpetua.
En todos estos tejemanejes está el PSOE y, concretamente Pedro Sánchez, que por mantener la coalición que le llevó a La Moncloa parece estar dispuesto a todo. Se le viene considerando un segundo Zapatero, pero todo indica que está dispuesto a superarle. Y, encima, se queja.
