La pregunta del lobo

Si Pablo Casado no fuese tan joven, habría utilizado aquella vieja respuesta de «Hermano Lobo» para contestar la interpelación de[…]

Si Pablo Casado no fuese tan joven, habría utilizado aquella vieja respuesta de «Hermano Lobo» para contestar la interpelación de Aznar sobre cuándo va a ganar las elecciones. «Hermano Lobo» era una revista de humor del tardofranquismo que invariablemente abría sus ediciones con una serie de preguntas sobre el restablecimiento de unas libertades que no acababan de asomar por el horizonte. El lobo respondía con un célebre aullido -¡¡auuuhhhhh!!- que emplazaba para largo la resolución de todas las cuestiones. La última, sin embargo -«¿cuándo desaparecerá la censura cinematográfica?»- se resolvía con un guiño de escepticismo cómplice. El año que viene, si Dios quiere, replicaba el monigote, con una frase que se convirtió en fetiche guasón para unos lectores hartos de esperar que el calendario trajese por sí solo un cambio de orden.

Casado puede elegir entre la onomatopeya quejumbrosa y el optimismo de pega para prometer una victoria a la que en este momento es difícil poner fecha. La política es voluntad, y él la tiene, pero con eso no le llega; en ese empeño le va a hacer falta también paciencia. Aunque muchos votantes, y esos descontentos que nunca faltan en las filas internas, empiezan a divulgar la impresión de que su liderazgo no despega, la cuestión de fondo es más compleja. Por un lado, el nuevo jefe del PP ha heredado un partido en quiebra que como primera providencia debe redefinir sus ideas y en segundo término encontrar la línea sobre la que establecer una estrategia. Y por otra parte, ha de hacer eso en competencia con otra fuerza que le disputa el espacio desde una imagen más fresca y moderna. Éste es el problema clave: la división del centro-derecha ante un frentepopulismo coaligado, bajo la hegemonía del PSOE, para expulsarlo del sistema. Mientras el liberalismo español no identifique y decante con claridad una referencia, su regreso al poder corre el riesgo de retrasarse ad calendas graecas.

Durante el marianismo, el PP ha perdido el voto joven y urbano. De los 45 años para abajo -en el mejor de los casos- sus antiguos electores han encontrado refugio en Ciudadanos y esa brecha generacional deja un bloque ideológico escindido que en el reparto electoral saldrá penalizado. Las dos formaciones, más la emergente Vox, están abocadas al cainismo inmediato, a una lucha de supervivencia darwinista que favorece a su común adversario. Para que ese combate arroje un vencedor claro tiene que pasar cierto tiempo, y es de temer que más bien dilatado. Lo bastante para acordarse del cáustico lobo franciscano. Porque tiene pinta de que no serán meses, sino años.

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Y no el que viene, ni quizá tan poco el siguiente, a menos que cuaje un modelo prevalente ya que no parece posible un proyecto unitario y fuerte. Para ganar en 2019 o en 2020, es la derecha sociológica la que tiene que decidirse a apostar por una opción que la lidere.

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