Patinazo superior
Lo que quedaba por ver: que el Tribunal Supremo se arme un lío, ¡como si nos faltaran! Que los políticos[…]
Lo que quedaba por ver: que el Tribunal Supremo se arme un lío, ¡como si nos faltaran! Que los políticos se enreden, voluntaria o involuntariamente, entra en lo predecible, aunque no en lo aceptable. Pero que lo hagan unos señores magistrados, del más alto tribunal para más señas, asombra y asusta. Como no quiero aumentar la alarma, me atengo a los hechos.
El caso a juzgar era muy simple en apariencia, pero de muy largo recorrido: quién debía pagar el impuesto de las hipotecas en la compra de inmuebles. Venían haciéndolo los compradores. En una vuelta de campana, la Sección Segunda de la Sala Tercera del Supremo decidió que fueran los bancos quienes debían hacerlo. Si se piensa en el número de hipotecas que se firman cada día en España, se da uno cuenta de las repercusiones. Y la cosa no paraba ahí, sino que abría la posibilidad de que los clientes que venían pagándolos podían reclamar al banco que se las había concedido la devolución de los mismos. Millones y millones de euros, que estremecieron desde la Bolsa a los bufetes de abogados especialistas en tales litigios. Un terremoto que hizo anunciar al presidente de dicha Sala, 48 horas después, que «habida cuenta de su enorme repercusión económica y social, acordaba convocar al pleno de la misma a fin de decidir si este giro jurisdiccional debe ser o no confirmado». La fecha es el 5 de noviembre. Un único pero: ¿por qué no antes, si la cosa urge?
Hay especulaciones de todo tipo, con sólo una certeza: el golpe al prestigio del Tribunal Supremo es enorme, con repercusiones en la entera magistratura, que venía siendo el último valladar contra quienes atentan contra la unidad de España y aprovechan para denunciar los procesos de sus líderes, mientras los antisistema insinúan que el Supremo se ha vendido a la banca. Pienso que fue un enorme despiste, porque, de haberse vendido, no hubiera dictado esa sentencia, hubiese dejado las cosas como estaban, ahorrándose el papelón. ¿Tiene remedio? El sofoco, no, desde luego. El estropicio, sólo a medias. Ambas partes tienen razón y, en estos casos, se aconseja una solución salomónica: mantener la sentencia, sin extenderla al ayer. Como no soy jurista ni nada que se le parezca, aplico el sentido común: el daño está hecho y se trata de no hacerlo mayor. Si se ha estado demandando el impuesto de las hipotecas sólo a los demandantes, cuando benefician también a los bancos, hay que corregirlo. Pero si se va tan lejos como para hacerlo retroactivo, poniendo en peligro el sistema bancario, hay que andarse con cuidado. Pues los bancos, contra lo que dice la izquierda, no son de sus directivos, aunque bastantes nos han salido ranas, ni de sus consejos de administración, laxos en administrar, ni siquiera de sus accionistas. Son de quienes tienen depositados en ellos sus ahorros y, a la postre, de sus clientes. Y con estos, como con las cosas de comer, no se juega. O no debiera jugarse, debí decir.
