No cabe la tolerancia con el intolerante

Pertenezco a la generación que padecimos el franquismo y vivimos la Transición. Tras la muerte del dictador y hasta el[…]

Pertenezco a la generación que padecimos el franquismo y vivimos la Transición. Tras la muerte del dictador y hasta el fallido golpe de Estado de Tejero, había muchos españoles que pensábamos que la democracia no estaba todavía asentada y que había un peligro real de regresión al pasado. Afortunadamente la involución no se produjo, gracias, entre otras razones, a que en nuestro país no surgió ningún partido de extrema derecha con el apoyo suficiente para ejercer una influencia en la vida pública.

España accedió como socio de pleno derecho a la Unión Europea en 1986, lo que supuso la culminación del sueño de quienes creíamos que ese momento no iba a llegar nunca. Nos sentimos orgullosos de participar en un proyecto político, económico y cultural que nos colocaba en el lugar en el que siempre habíamos querido estar.

No podíamos suponer entonces que los nacionalismos en Cataluña y el País Vasco, con un nivel de autogobierno sin precedentes, iban a pegar una patada a la mesa y romper las reglas de juego que nos habíamos dado por un amplio consenso. Pero es lo que ha sucedido. Y ahora lo que estamos viendo es que el independentismo no sólo cuestiona ese pacto histórico que se materializó en la Constitución sino que además quiere romperlo de forma unilateral y sin respeto a la ley.

Por mucho que se presenten como demócratas, el independentismo que encarna la izquierda abertzale y el que lideran Puigdemont y Torra, tal para cual, ha tomado una deriva totalitaria y violenta que les coloca muy cerca de los movimientos fascistas de los años 30. Y esto no es una exageración porque cada día son más frecuentes los insultos, escraches y ataques a las personas que no son nacionalistas en Cataluña y en el País Vasco. Sin ir más lejos, un grupo de intolerantes insultó anteayer a Pablo Casado en Vitoria por decir algo tan obvio como que las manifestaciones de apoyo a los terroristas de ETA no deben ser permitidas porque en ningún país decente se consiente la apología del tiro en la nunca.

A los nacionalistas les parece normal apropiarse de la calle, imponer sus símbolos, negar el pan y la sal a los que no piensan como ellos y hacer todo lo posible para convertirles en ciudadanos de segunda. Ellos tienen derecho a mofarse o prohibir los emblemas del Estado español, pero los suyos son sagrados e intocables.

Tengo serias dudas sobre si la estrategia de negociación de Pedro Sánchez puede desactivar a estos fanáticos, pero de lo que sí estoy seguro es que ningún Gobierno puede hacer dejación de sus funciones al permitir que se vulnere la ley o que se intimide a un juez por cenar con unos amigos.

No se puede ser tolerante con los intolerantes ni se puede dialogar con quien te escupe. El supremacismo de Puigdemont y Torra es sencillamente repugnante. Yo nos les daría la mano a estos dos señores que tanto odio están sembrando y que se niegan a rectificar pese al daño que han hecho.

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