David Goodall, el científico de 104 años que quiere morir hoy

«Mis habilidades han estado en declive durante los últimos dos años, mi vista durante los últimos seis. Ya no quiero[…]

«Mis habilidades han estado en declive durante los últimos dos años, mi vista durante los últimos seis. Ya no quiero continuar la vida». El científico autraliano David Goodall no tiene una enfermedad terminal, simplemente está convencido de que el ser humano debe tener el derecho a decidir cuándo poner fin a su vida. La suya ha sido buena, pero tiene 104 años, su cuerpo ya no responde como antes y está cansado. Este jueves recibirá asistencia al suicidio en Suiza, ya que en su país no está permitido. Espera que su gesto haga que las cosas cambien.

«Las personas mayores deberían tener el derecho de decidir esto por sí mismas», dijo ayer en la víspera de su planeado suicidio, para el que contará con la asistencia del personal de la organización Exit. El caso de Goodall ha recibido una gran atención de los medios de comunicación, algo que sorprendió al propio protagonista, quizás por su condición de científico. Este reconocido botánico y ecólogo ha publicado extensamente en revistas científicas -ha producido más de cien artículos de investigación-, influyendo en los métodos numéricos en la ecología.

No es la primera vez que su nombre salta a los titulares. En 2016, la universidad en la que trabajaba como investigador asociado honorífico le ordenó que dejara su oficina por considerarlo un riesgo para su propia seguridad. Su puesto no estaba remunerado y en gran medida implicaba la revisión de documentos académicos y la supervisión de estudiantes de doctorado. Pero tras el recurso de Goodall, que contó con un gran apoyo de la opinión pública, la decisión fue revertida.

Ese ejemplo muestra el carácter vital y determinado del científico, que seguía trabajando y jugó al tenis hasta los 90 años. Hasta hace poco revisaba y editaba artículos para diferentes revistas de ecología. Pero la decadencia física asociada a la edad y una absurda caída en su vivienda marcaron el declive. Sin poder alertar a nadie, Goodall permaneció en el piso durante dos días hasta que la persona encargada de la limpieza lo encontró y lo llevó al hospital. Los médicos le prohibieron tomar el transporte público o incluso cruzar la calle él solo. Y eso fue demasiado para él.

Medicamento mortal

El científico es desde hace años un activista de la eutanasia, un acto que está prohibido en su país, con excepción de un estado, que lo ha legalizado recientemente pero de forma muy restringida y solo a partir del próximo año. Él hubiera preferido morir en Australia, donde ya intentó un suicidio fallido, pero, al no ser posible, decidió acudir a la organización Exit y viajar a Suiza para cumplir con su deseo.

Algunos familiares le acompañarán en el momento final de su vida, en el que, ha dicho, le gustaría escuchar la Novena sinfonía de Beethoven. «Es mi propia decisión. Quiero poner fin a mi vida y estoy agradecido de que esto sea posible en Suiza», ha dicho. No soporta estar débil y casi ciego y solo quiere sentirse «aliviado».

Dos médicos -uno de ellos psiquiatra-, han aprobado el acto de asistencia en el suicidio. El último gesto del científico será el de inyectarse él mismo un medicamento mortal.

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