No siempre domina la razón

Sería del interés económico general, tanto a largo como a corto plazo, resolver la crisis de Ucrania.

Sería del interés económico general, tanto a largo como a corto plazo, resolver la crisis de Ucrania. Sería, por ello razonable, pensar que tarde o temprano se llegará a algún tipo de acuerdo para resolver la crisis de manera que sus perjuicios no sigan extendiéndose.

Así es la forma de pensar que impera en el mercado en la actualidad, el de la racionalidad en el comportamiento de las partes implicadas. Un mercado que no considera la posibilidad de un agravamiento de la situación porque anticipa que las partes se comportarán de manera razonable, y que tendrán en cuento los graves daños en la economía, derivados de un incremento en la tensión del conflicto.

Pero la realidad es muy diferente. No siempre los agentes económicos o, como es éste el caso, los que se enfrentan en una disputa de tipo geopolítico, necesariamente reaccionan de una manera económicamente racional. Existen otro tipo de factores más complejos que impiden a los contendientes tomar las decisiones que la razón les dicta, y no precisamente porque las partes involucradas sean irracionales. En todo este proceso, y a medida que va pasando el tiempo, los riesgos de los efectos secundarios adversos en la economía mundial van en aumento.

La reciente escalada de los acontecimientos en Ucrania ha reducido el conjunto de opciones disponibles para los cuatro partidos principales involucrados (el propio país, Rusia, Europa central y occidental y los EE.UU.). Mientras todo esto ocurre, la probabilidad de que cada parte alcance su resultado óptimo deseado disminuye con rapidez. De hecho, de seguir los acontecimientos el curso actual, se llegará a una mayor fragmentación interna de Ucrania, más sanciones occidentales sobre Rusia, contra sanciones por parte de Moscú sobre los suministros de energía occidentales, y un proyecto de sanciones financieras para entidades de ambas partes.

El resultado sería económicamente y financieramente perjudicial para todos, aunque en diferentes grados. Ucrania sería, evidentemente, quien más sufriría. Caería en el grave riesgo de una depresión económica profunda y una crisis financiera en toda regla. En el proceso se volvería aún más dependiente  (y por muchos años más) de la asistencia financiera externa, y toda la condicionalidad inevitable que viene con ello.

Rusia podría experimentar una contracción económica pronunciada junto con alta inflación, fuga de capitales y el colapso de la inversión extranjera directa. La calificación crediticia de Rusia se ha reducido ya a sólo un peldaño de bono basura, y el banco central se vio obligado a elevar las tasas de interés para contrarrestar la salida de capitales y las presiones vendedoras sobre el rublo. Por otra parte, dependiendo de la gravedad y el sector de enfoque de las sanciones occidentales, más en concreto, si se dirigen al sector financiero, Rusia podría también verse en dificultad para realizar los pagos de la deuda internacional y hacer frente a los compromisos derivados de operaciones comerciales.

Y suponiendo que Rusia tome represalias e imponga sus propias sanciones -respuesta más probable a las medidas occidentales- irían, probablemente, dirigidas sobre el suministro de petróleo y gas al Oeste Europeo, lo que volvería a colocar a Europa en peligro de recesión.

Con EE.UU en proceso de recuperación frágil todavía, y los mercados emergentes incapaces de compensar este daño, la economía global, muy probablemente, se inclinaría hacia una recesión también. Los bancos centrales del mundo han gastado ya toda su munición con la gran depresión económica, solo el Banco Central Europeo ha quedado con posibilidades de poder implementar medidas de estímulos, en caso de que lo peor acontezca. Todavía existen posibilidades de una marcha atrás en este proceso tan destructivo que, sin ninguna duda, pondría a nuestro continente en estado de extrema vulnerabilidad. Curiosamente, los mercados no reaccionan y, en algunas ocasiones como éstas, actúan como un avestruz que mete la cabeza en un agujero y no quiere ni pensar ni ver lo que está pasando.

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