Los desequilibrios no son duraderos

El posicionamiento extremo y contrapuesto de los bancos centrales de las dos principales potencias económicas del mundo, no deja de llamar la atención. El profano de la economía ve como la situación empeora en Europa sin que se los dirigentes políticos tomen una decisión contundente.

Mientras que Ben Bernanke defendía con ahínco su política monetaria ultra-expansiva ante el Senado norteamericano, por la que está inyectando, en la actualidad, algo más de 80 mil millones de dólares mensuales al sistema, a través de compras de cédulas hipotecarias, los miembros del Banco Central Europeo, incluido su presidente, Mario Draghi, nos recordaban que, durante la semana pasada, este tipo de políticas están fuera del mandato del banco central y, por tanto, totalmente descartadas.

Este posicionamiento extremo y contrapuesto, me refiero al de los bancos centrales de las dos principales potencias económicas del mundo, no deja de llamar la atención. Ambas posturas enfrentadas son motivo de controversia y debate entre economistas que, sin remedio, tienen que recurrir a la ideología para poder defender sus argumentos. Y esto añade confusión y desasosiego, más si cabe, al profano de la economía, que ve como la situación empeora en Europa sin que se los dirigentes políticos tomen una decisión contundente.

Estos dos modos de hacer, frente a una crisis o a una recesión, tienen sus pros y sus contras. En el caso estadounidense, las inyecciones masivas de liquidez al sistema, para abaratar la financiación y engrasar la máquina del crédito, tiene el inconveniente de una potencial subida de los precios, la temida inflación. Pero en una economía que ha perdido capacidad productiva y, sobre todo, donde el paro se ha elevado a niveles muy por encima de su media, la inflación, tal y como estamos viendo en Estados Unidos, no supone ninguna amenaza. El exceso de dinero circulando no aumenta el nivel de demanda doméstica, sino que, como hemos comprobado en los datos recientes de ordenes de bienes de equipo, se dedica a ampliar el potencial de producción del país.

Y es aquí donde yo creo que está la clave del asunto y donde se equivoca de manera garrafal nuestra moderna Europa. Lejos de planteamientos farragosos sobre qué sector de la sociedad debe hacerse más o menos cargo del coste que, inevitablemente, tiene la salida de la crisis y de las consecuencias desiguales y poco ecuánimes que algunas producen, el foco de atención debería centrase en la recuperación del potencial productivo del país. Potencial que seguimos teniendo, no hace falta innovación para que esté con nosotros, y que sencillamente se ha quedado bloqueado como un motor gripado por falta de aceite.

Esta manera de actuar, la que lleva a cabo la Reserva Federal en los últimos años, está consiguiendo que en su país se cree empleo y se crezca de manera razonable. En Europa necesitamos una catarsis de los tabúes que los políticos de algunos países han ido introduciendo para utilizarlos como talismanes de salvación y que lo único que consiguen es diferenciación y asimetría.

Me parece, como mínimo, de mal gusto los comentarios de la responsable de empleo del gobierno alemán, en los que manifestaba su regodeo porque le están llegando trabajadores del sur de Europa en busca de trabajo a su país, con una alta cualificación profesional y académica. El enriquecimiento, que según ella y sin ninguna duda, le proporciona este fenómeno a Alemania, se hace a costa de la depresión económica que sufren países como Grecia, Portugal, España e Italia, en menor medida. Pero que no se olvide que los procesos tan desequilibrados, como éste, terminan al final perdiendo la estabilidad y cayendo al suelo.

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