Layla
Los dos dioses de la canción estadounidense, Sinatra y Elvis, arrugaron la nariz ante el desembarco de The Beatles en[…]
Los dos dioses de la canción estadounidense, Sinatra y Elvis, arrugaron la nariz ante el desembarco de The Beatles en América. Los veían demasiado revoltosos, pueriles e ingleses. Pero sobre todo temían que su ola pudiese desbancarlos del favor del público. Sin embargo andando el tiempo ambos acabaron sucumbiendo a la calidad y grabaron versiones de éxitos de los Beatles. Sinatra saludó «Something» como la «mejor canción de amor de los últimos cincuenta años» y como una obra maestra de «Lennon y McCartney». Más tarde el viejo Frank reparó en su error: el compositor era Harrison, el sigiloso beatle al fondo.
Pattie Boyd, modelo inglesa de belleza un poco a lo Marisol, fue epítome de glamur en los sesenta. De haber tenido hijos y nietos, hoy, a sus 74 años -felices y sin ecos de bisturí- podría contarles con orgullo que ella inspiró dos de las mejores canciones del siglo XX: «Something» y «Layla», con Eric Clapton implorándole de rodillas que plantase a su marido, George Harrison, y se liase con él (como así fue). La historia es conocida y desgraciada para su protagonista, convertida en un trofeo bajo la atmósfera machista de los héroes del rock de entonces. Harrison había caído rendido ante Pattie tras conocerla en un rodaje y se casaron. Pero pronto retomó sus expansiones lujuriosas, en un Swinging London donde ser un beatle suponía barra libre para todas las tentaciones. George se encaprichó con la hermana pequeña de Pattie, también modelo, y le dijo a su mujer que se fuese a ver a Clapton a fin de quedarse a solas con ella. Pésima idea, que dinamitó el matrimonio (aunque curiosamente la amistad entre los dos guitarristas rivales perviviría). Clapton se enamoró de Pattie de modo casi enfermizo. O sin casi. «Layla», canción infalible desde el primer acorde, fue su ruego de amor. Funcionó. La chica se divorció del beatle y se casó con el mejor guitarrista del momento, apodado irónicamente Mano Lenta. Nuevo desastre. Una vez conquistada Pattie, Clapton, rehén de la frasca, la heroína y la soberbia, se aburrió enseguida de ella e inició abiertas andanzas adúlteras bajo el propio techo conyugal. En 1989 se divorciaron. Ya mayor, Patti Boyd se casó todavía una tercera vez, con un promotor inmobiliario. En una edad de pasiones atemperadas resultó un matrimonio sereno y satisfactorio.
Falta el epílogo. En 2001, George Harrison descubrió que padecía un cáncer que le costaría la vida en meses. Una tarde llamó a la puerta de Pattie. Quería despedirse a solas. Hablar por lo largo por última vez. Hoy, cada vez que le preguntan por él, a la vieja exmodelo, a la esposa del próspero promotor inmobiliario de Chelsea, se le pone una mirada rara, entre alegre y tristísima, y reconoce que «George fue el auténtico amor de mi vida».
El Gobierno nacionalista -y bastante tontolaba- que sufre Navarra quiere enseñar a los adolescentes en sus escuelas que «el amor es una idea vieja», «de sabor rancio». Otros en cambio creemos que todos los alumnos deberían escuchar alguna vez «Something». Porque como dice un inteligente amigo mío cada vez que se pone filosófico en la coda de una cena, «lo único que de verdad necesitamos los seres humanos es que nos quieran».