España, 2030

Me confieso adicta al escepticismo. Fiel a esa doctrina que afirma que la verdad no existe, o que, si existe,[…]

Me confieso adicta al escepticismo. Fiel a esa doctrina que afirma que la verdad no existe, o que, si existe, el ser humano es incapaz de conocerla. ¡Y menos en los tiempos que corren! Escéptica, pues, sí, pero no desde hace tanto. Aunque «in crescendo». Con serias dudas desde casi el mismo momento en el que el flamante presidente Pedro Sánchez lograba arrebatarle el sillón a su antecesor. Golpe a la democracia y a la libertad de elección de su representante máximo. Ahora bien, sí intenté -no con mucho empeño, también lo reconozco- concederle los cien días de gracia de rigor. Pero en ese momento exacto, se acabó. En septiembre, de repente, torné a ser una descreída absoluta de la existencia de una verdad real sanchista. Y es que ante tantas variadas -¿variopintas?- decisiones lanzadas al ruedo como si tal cosa por este Gobierno que nos desgobierna o dirige el país a golpe de ocurrencias diarias, todo lo que trasluce es... ¿y si cuela?

Decía que, coincidiendo con sus primeros cien días de Gobierno -tan intensos que parecen ya el triple-, el presidente Sánchez, ante un público afín a sus colores, unos, y cuasiobligados, otros -algún que otro gran empresario, me consta, tuvo que hacer hueco en su agenda, sí o sí- se esforzaba en dar explicaciones sobre por qué su llegada al Ejecutivo no fue de forma accidentada, y de por qué mucho menos su intención no era aguantar apenas un suspiro en esta legislatura. Pues bien, su explicación fue que sus verdaderas intenciones pasaban -y pasan- por sentar las bases para «transformar» España hasta el año 2030. ¿Y si después de su paso por el poder cuando los ciudadanos sí puedan decidir democráticamente si sigue o no resulta que el cetro es para otro? En su mente, no existe esta opción, créanme. «Nuestro objetivo es la justicia social y nuestro horizonte 2030», concluyó el presidente, ante un público dividido entre los creídos, por un lado, y los escépticos como una servidora, por otro. Entonces fijó los cinco ejes en los que iba a sustentar esa «transformación»: educación, trabajo, sanidad, medio ambiente y pensiones.

Y, efectivamente, en esas ha estado. Eso sí, con mil y una rectificaciones entre medias, porque casi inmediatamente después de toda idea creativa daba un paso atrás y modificaba la propuesta. El que ¿y si cuela? del que hablaba sobre estas líneas... Bajada de pantalón tras bajada y con la obcecación de implantarlo si no todo por decreto. De momento, fuegos artificiales rodeados de dispendio económico: Sanidad gratis para todos, barra libre en educación, subida de impuestos a los ricos -¿alguien se cree aún que son tributos a los más adinerados de este país?-, presupuestos para 2019 con aumento de gasto para todos... y justo hace dos días la genial idea de prohibir la venta de coches gasolina, diésel e híbridos desde 2040 (10 años más sobre su hipotético reinado), para acabar de golpe y porrazo con uno de los sectores motores de este país.

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No cuela. Largo de fiar. Los ciudadanos necesitan soluciones y no promesas que se lleve el viento. Para atesorar votos, no todo vale.

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Me confieso adicta al escepticismo. Fiel a esa doctrina que afirma que la verdad no existe, o que, si existe, el ser humano es incapaz de conocerla. ¡Y menos en los tiempos que corren! Escéptica, pues, sí, pero no desde hace tanto. Aunque «in crescendo». Con serias dudas desde casi el mismo momento en el que el flamante presidente Pedro Sánchez lograba arrebatarle el sillón a su antecesor. Golpe a la democracia y a la libertad de elección de su representante máximo. Ahora bien, sí intenté -no con mucho empeño, también lo reconozco- concederle los cien días de gracia de rigor. Pero en ese momento exacto, se acabó. En septiembre, de repente, torné a ser una descreída absoluta de la existencia de una verdad real sanchista. Y es que ante tantas variadas -¿variopintas?- decisiones lanzadas al ruedo como si tal cosa por este Gobierno que nos desgobierna o dirige el país a golpe de ocurrencias diarias, todo lo que trasluce es... ¿y si cuela?

Decía que, coincidiendo con sus primeros cien días de Gobierno -tan intensos que parecen ya el triple-, el presidente Sánchez, ante un público afín a sus colores, unos, y cuasiobligados, otros -algún que otro gran empresario, me consta, tuvo que hacer hueco en su agenda, sí o sí- se esforzaba en dar explicaciones sobre por qué su llegada al Ejecutivo no fue de forma accidentada, y de por qué mucho menos su intención no era aguantar apenas un suspiro en esta legislatura. Pues bien, su explicación fue que sus verdaderas intenciones pasaban -y pasan- por sentar las bases para «transformar» España hasta el año 2030. ¿Y si después de su paso por el poder cuando los ciudadanos sí puedan decidir democráticamente si sigue o no resulta que el cetro es para otro? En su mente, no existe esta opción, créanme. «Nuestro objetivo es la justicia social y nuestro horizonte 2030», concluyó el presidente, ante un público dividido entre los creídos, por un lado, y los escépticos como una servidora, por otro. Entonces fijó los cinco ejes en los que iba a sustentar esa «transformación»: educación, trabajo, sanidad, medio ambiente y pensiones.

Y, efectivamente, en esas ha estado. Eso sí, con mil y una rectificaciones entre medias, porque casi inmediatamente después de toda idea creativa daba un paso atrás y modificaba la propuesta. El que ¿y si cuela? del que hablaba sobre estas líneas... Bajada de pantalón tras bajada y con la obcecación de implantarlo si no todo por decreto. De momento, fuegos artificiales rodeados de dispendio económico: Sanidad gratis para todos, barra libre en educación, subida de impuestos a los ricos -¿alguien se cree aún que son tributos a los más adinerados de este país?-, presupuestos para 2019 con aumento de gasto para todos... y justo hace dos días la genial idea de prohibir la venta de coches gasolina, diésel e híbridos desde 2040 (10 años más sobre su hipotético reinado), para acabar de golpe y porrazo con uno de los sectores motores de este país.

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