Mangoneo judicial
¡Qué gran oportunidad ha perdido Pablo Casado! Al abordar la renovación de la cúpula del poder judicial, estaba en su[…]
¡Qué gran oportunidad ha perdido Pablo Casado! Al abordar la renovación de la cúpula del poder judicial, estaba en su mano demostrar que, bajo su liderazgo, el PP recuperaraba la brújula de los principios, rompía con lo peor de un pasado que lo llevó a naufragar en las urnas y adoptaba una conducta capaz de devolver la ilusión a muchos de sus votantes fugados... En lugar de aprovechar la ocasión, la ha tirado a la basura.
Nada nuevo bajo el sol, a poco que hagamos memoria, la verdad. Mariano Rajoy ya prometió en su primera campaña electoral que resucitaría el espíritu de Montesquieu con una reforma destinada a liberar a la Justicia del control que sobre ella ejerce la política, en aras de garantizar su independencia, y apenas llegó al despacho hizo exactamente lo contrario. O sea, se comportó de manera idéntica a la exhibida por Pedro Sánchez, quien bajo su identidad de líder de la oposición criticaba con dureza el mangoneo del que son objeto los jueces por parte de los partidos mientras que ahora, en calidad de presidente del Gobierno, protagoniza gustoso el bochornoso espectáculo de esa manipulación obscena. Resulta increíble la capacidad de transformación inherente al sillón de La Moncloa. Su influjo es tan potente que torna lo blanco negro a la luz de la conveniencia. Las promesas que persiguen votos, ya se sabe, están para no cumplirse. ¿Pero faltar a un compromiso ético antes incluso de alcanzar la codiciada poltrona? Semejante actuación indica o bien una ausencia total de convicciones, difícilmente compatible con la imagen de regeneración asociada al nuevo dirigente popular, o bien la existencia de alguna hipoteca inconfesable pesando sobre sus espaldas. Cualquiera de esos escenarios es desalentador.
Casado tenía el deber político y moral de romper con esa práctica repugnante desde el punto de vista democrático que es la intromisión del Legislativo en lo más sagrado del Judicial. No me sirve la excusa de que todos sus predecesores lo hicieron, ni mucho menos el argumento del «y tú más» con respecto al PSOE. Es evidente que nada cabe esperar de un jefe del Ejecutivo embustero, respaldado por 83 míseros diputados, aupado hasta su posición merced a una maniobra parlamentaria secundada por golpistas, separatistas y populistas de extrema izquierda. Una moción de censura basada en la sentencia de un juez generosamente recompensado con un puesto en el CGPJ, por cierto. Precisamente porque Sánchez no representa únicamente al socialismo, sino al frente popular que ostenta el poder actualmente, de forma legal aunque ilícita, el líder popular estaba doblemente obligado a marcar una distancia nítida. Lejos de hacerlo, no solo ha entrado en ese juego sucio, sino que ha cedido la mayoría de ese Consejo a la izquierda que se autodenomina «progresista» y no hace ascos al independentismo, en un momento crucial para la judicatura, cuando el Supremo se dispone a juzgar la intentona golpista con su prestigio socavado por la reciente actuación de su Sala Tercera. ¿Por qué?
Ignoro los motivos que han llevado a Casado a participar en ese infame intercambio de cromos togados. ¿Costumbre, ambición, pago de servicios prestados, necesidad de silenciar bocas, compra de impunidades? Sea como fuere, su gesto constituye una gran decepción para muchos de quienes veían en él una esperanza de regeneración para unas siglas duramente castigadas por un pasado reciente de relativismo y corrupción. Si se ha tratado de un error, es muy grave y debería ser corregido de inmediato. Si, por el contrario, estamos ante un síntoma, el diagnóstico para el PP se vuelve crítico.
