Hedy Lamarr, autorretrato sin espejo
A diferencia del autorretrato, para el cual el artista suele mirarse en un espejo, para el apunte de una autobiografía[…]
A diferencia del autorretrato, para el cual el artista suele mirarse en un espejo, para el apunte de una autobiografía es conveniente que el autor haga lo contrario, que deje de mirarse en el espejo y vuelva los ojos hacia sí mismo. Lo normal es que el interés de una autobiografía esté íntimamente relacionado con el interés de su autor, pero también con la intensidad, la honradez y la gracia con la que ha sido capaz de mirarse, y por supuesto, con que haya al menos dos sucesos excepcionales en su vida.
En el caso de Hedy Lamarr, estrella en una época de Hollywood en la que ser estrella no era suficiente, y a pesar de que hizo algunas películas que no se borrarán fácilmente de la historia del cine, se da ese par de circunstancias excepcionales que convierten su autobiografía en una manzana apetitosa que morder: con apenas veinte años protagonizó «Éxtasis», una película checa dirigida por Gustav Machaty, en la que aparecía completamente desnuda en dos escenas (y que ha pasado a la historia como el primer desnudo en una película comercial), y sin haber cumplido los treinta patentó lo que se conoce como «el salto de frecuencia», un invento que nació con fines bélicos contra los nazis y que hoy se considera como el antecedente directo del wifi. Un dilema, pues, ya que estamos ante la biografía de una estrella contada por una inventora; o tal vez, en su reverso, la vida de una inventora contada por una estrella.
La mirada de sí misma que ofrece Hedy Lamarr es razonablemente íntima, lo cual siendo una mujer hermosísima, con una personalidad abrumadora, idolatrada (y deseada) en un mundo endiosado y que matrimonió en seis ocasiones, suena bastante prometedor. Comienza su historia con la confesión de que siempre se sintió mujer por encima de cualquier otra cosa y con un capítulo en el que confiesa la importancia que siempre le concedió al sexo en su vida, y no exclusivamente masculino. Nació en Viena, el 9 de noviembre de 1915, y con el nombre de Hedwig Eva Maria Kiesler (otros datos no tan autobiográficos aseguran que fue en 1914, aunque se sospecha que en realidad fue en 1913), y de toda su historia hasta que llegó a Hollywood, en el mismo barco que Louis B. Mayer, el jefazo de la Metro, al que mareó con gracia cuando este le ofreció un contratillo para trabajar en su Estudio, lo más interesante de leer es cómo vivió su matrimonio con Friedrich Mandl (magnate de la industria armamentística), al que retrata como un tirano celoso, y cómo vivió Mandl el estreno de «Éxtasis», con aquellas escenas de desnudo.
Su encontronazo con el estilo de vida de aquel Hollywood, su inmersión en la lengua que no dominaba y en los ambientes que aún menos, cómo conoció a Charles Boyer, con el que luego hizo «Argel», la versión de John Cromwell de «Pépé le Moko», de Julien Duvivier; su encuentro con Clark Gable para hacer «Fruto dorado», de Jack Conway; el tumultuoso rodaje de «Sansón y Dalila», la película de Cecil B. De Mille y que no le gustó a Groucho Marx, «porque detesto las películas en las que el héroe (Victor Mature) tiene los pechos más grandes que la heroína»?, un autorretrato completo a pesar de que lo pintó sólo en su primera mitad, pues murió en el año 2000, cuatro décadas después de escribirlo.
«Éxtasis y yo» aparece ahora en edición primorosa de Notorious, con un acertado e interesante prólogo de Diego Moldes y con un epílogo esencial de Guillermo Balmori en el que se explica con detalle la circunstancia y la importancia del invento de Hedy Lamarr, el salto de frecuencia que es la base seminal de las comunicaciones modernas.