Los riesgos geopolíticos que sobrevuelan la COP 27

La COP 27 amenaza con escenificar un retroceso en las ambiciones de lucha contra el cambio climático, provocado por la crisis energética actual

Los líderes mundiales reunidos durante la COP 26

La última vez que los líderes mundiales se reunieron para celebrar una cumbre sobre el clima, la COP 26 del año pasado, el telón de fondo era totalmente amenazador.

Una pandemia había diezmado los presupuestos nacionales, los países pobres estaban en pie de guerra por el acaparamiento de vacunas Covid-19 por parte de las mismas naciones ricas que más contribuyen al calentamiento global con su consumo de combustibles fósiles, y las relaciones entre los dos mayores emisores del mundo, los Estados Unidos y China, se habían convertido en escaramuzas en casi todos los temas, desde el comercio, hasta Taiwán.

Y estos, sin embargo, eran los buenos tiempos, porque ahora, mientras Egipto se prepara para celebrar la COP27, el contexto geopolítico que configura toda la diplomacia internacional ha pasado de tenso a precario.

La guerra en Ucrania como telón de fondo de la COP 27

La guerra en Ucrania dividió a las naciones entre lo que algunos vieron como una lucha entre los intereses rusos y occidentales, y sobrecargó una crisis energética que corre el riesgo de hacer añicos el logro más concreto de la COP 26: el consenso mundial para reducir el carbón.

A medida que se acercaba la COP26, la caída de los precios de las energías renovables parecía haber forzado un ajuste de cuentas para los combustibles fósiles más sucios.

El texto final de la cumbre, además, incluyó un llamamiento a la «retirada progresiva» de la energía del carbón de cualquier planta que no capture su carbono, así como el final de las subvenciones «ineficientes» a los combustibles fósiles.

Un año después, sin embargo, la inflación galopante de los precios de la energía se ha combinado con una prolongada crisis energética, reavivando la demanda de carbón, y la vuelta a las agendas políticas de las subvenciones a cualquier tipo de combustible.

Un contexto que cambia radicalmente las perspectivas de cara a la COP 27 del 6 al 18 de noviembre en Egipto.

«La COP27 se va a convocar mientras la comunidad internacional se enfrenta a una crisis financiera y de la deuda, a una crisis de los precios de la energía, a una crisis alimentaria y, además, a la crisis climática», afirmó el ministro egipcio de Asuntos Exteriores, Sameh Shoukry, que también preside la conferencia.

«A la luz de la situación geopolítica actual, parece que la transición tardará más de lo previsto», añadió.

Los éxitos baldíos de la COP 26

El Reino Unido terminó su labor de anfitrión en la COP26 presumiendo haber mantenido vivo el objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento a 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales. Un logro que, en el mejor de los casos, se ha visto frenado, o incluso anulado, por la lógica bélica provocada por la invasión de Ucrania.

El Presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha convertido la espita energética de Europa en un arma económica de respuesta a las sanciones sobre su país, forzando a las principales economías desarrolladas, que se enfrentan a una repentina escasez de gas natural, a reabrir a marchas forzadas viejas centrales eléctricas de carbón.

Un ejemplo de esta vuelta a las viejas costumbres que se reflejó en el voto de la Unión Europea del pasado mes de julio, en el que se reclasificó tanto al gas natural como a la energía nuclear como combustibles respetuosos con el clima, mejorando así sus perspectivas de inversión.

Los peligros del corto plazo en Europa, y la onda expansiva a nivel global

El impulso a los combustibles fósiles, al menos, puede resultar temporal, porque el imperativo de que Europa ponga fin a su dependencia del gas importado para calentar los hogares y alimentar las industrias, nunca ha sido tan claro.

El mero coste del gas, 10 veces superior a los niveles anteriores a la crisis, asimismo, debería crear un poderoso incentivo para buscar alternativas energéticas, y las opciones más baratas tienden a pasar por la energía solar, o la eólica.

Por si esto fuera poco, el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, aprobó una de las leyes más importantes sobre el clima hasta la fecha. Una medida que no hará sino acelerar el crecimiento de las energías renovables sobre el terreno, que ya supera la expansión de la generación de energía en su conjunto.

Un contexto, sin embargo, en el que no puede darse por sentado que la guerra y el reciente giro hacia los combustibles fósiles caerán en el olvido, porque ahora que Rusia está intensificando su esfuerzo bélico, la carrera está en marcha para arrendar o construir nuevas terminales de gas natural licuado por toda Europa.

Y si el continente que más se enorgullece geopolíticamente de sus compromisos climáticos está retrocediendo, no es un buen presagio para el progreso en lugares como Egipto, u otros países africanos.

«No tiene por qué haber más debate sobre el gas», declaró en septiembre Bruno Jean-Richard Itoua, ministro de Hidrocarburos de la República del Congo, en una conferencia sobre petróleo y gas en la que participaron Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea-Bissau y Guinea-Conakry.

«Tenemos que empezar a producir todo lo que podamos ahora», añadió. Un sentimiento del que se hicieron eco otros funcionarios africanos presentes en el evento.

El choque de intereses entre diferentes industrias y naciones

«Muchos países dicen ahora que es hipócrita pedir que se eliminen las fuentes de energía sucias», explicó Bill Hare, director ejecutivo y científico principal de Climate Analytics, un grupo de reflexión con sede en Berlín.

«Así que se está viendo este gran impulso para renovar proyectos de petróleo y gas que han estado en un segundo plano durante años en África y Australia, superando con creces el nivel necesario para la crisis del gas en Europa«, agregó.

Por cada productor de renovables que presiona para acelerar la transición, por tanto, Hare ve a una empresa de energía tradicional que insta a invertir en tiempos de crisis.

«Pocas veces he visto un esfuerzo tan concertado por parte de la industria del petróleo y el gas para, de un modo u otro, oponerse a la agenda climática», afirmó.

Un esfuerzo que se enmarca en este choque de intereses entre la inversión por un futuro más limpio, y las necesidades energéticas provocadas tanto por el contexto económico y geopolítico actual, como por el deseo de crecimiento de unos países emergentes que reclaman su derecho al crecimiento con las mismas armas que disfrutaron las potencias mundiales.

Una tormenta geopolítica respecto a la transición energética y la inversión ESG, asimismo, que también amenaza a las propias potencias occidentales, donde una ola de conservadurismo amenaza con hacer mella en los avances conseguidos hasta la fecha.

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