La inflación verde llega para quedarse

Los costes de la transición energética y de la incorporación de la ESG son catalizadores del incremento de los precios y corren el riesgo de ser impopulares

Hace muy pocos días, entre las medidas de ahorro energético, el gobierno español lanzaba la propuesta de cara a Europa de limitar el precio de los contratos de compensación de emisiones.

Al precio del carbono, que penaliza a las industrias contaminantes porque las obliga a pagar por contaminar, se le relaciona desde hace meses con el encarecimiento de la electricidad y los carburantes y se traslada a los consumidores; y esto es algo que en estos momentos es impopular, aunque sea para fomentar la transición energética. Y la tendencia es que vaya a más.

Se calcula que el precio del carbono debería casi doblar su cotización actual (80 dólares), y llegar a los 160 dólares al final de esta década para que se logre el ‘net zero’ y se le considera una herramienta muy eficaz para forzar la descarbonización.

El precio del carbono debería llegar a los $160 para que se logre el cero neto

Pero el precio del carbono es solo uno de los pilares sobre los que se está construyendo la inflación verde, que es un factor que difícilmente desaparecerá en el corto plazo y que afecta a las cifras históricamente altas que estamos registrando de incremento de los precios.

«La ‘greenflation’ es inevitable y se ha convertido en un tema todavía más relevante desde que varios países, particularmente en Europa, han incrementado sus esfuerzos para expandir las renovables y reducir su dependencia de la energía rusa», señala Deutsche Bank en un informe reciente sobre esta temática.

El banco alemán categoriza varias fuentes inflacionistas: desde la transición energética y las medidas políticas que se están adoptando para fomentarla, hasta el propio cambio climático que incrementa, por ejemplo, la sequía y esto afecta elevando los precios de los alimentos. También repasa el aumento de costes que soportan las empresas para incorporar criterios ESG.

Algunos factores -quizás el más evidente es la rebaja del consumo energético- pueden, no obstante, atemperar a la inflación. Entre ellos, los avances tecnológicos, las rebajas de los costes de financiación relacionadas con la ESG o el «poder de los consumidores»: su capacidad para evitar que las empresas les trasladen el alza de los precios no solo con sus actos, sino por su influencia sobre el entorno político.

Más coste para las empresas

La tendencia que estamos viendo entre los inversores a la hora de elevar sus exigencias entorno a la sostenibilidad de las compañías también es inflacionista. «En la medida en que las corporaciones añaden objetivos de sostenibilidad a sus objetivos de negocio, sus costes se incrementan», apuntan desde el Deutsche Bank.

Son varias las fuentes de inflación corporativa. Desde efectos derivados de la actividad, como por ejemplo, la incorporación de ciertos productos -el cristal sostenible puede costar hasta un 20 por ciento más que el habitual-, hasta los propios costes del ‘compliance’ o del seguimiento de la ESG.

«Las empresas se están integrando en más redes e iniciativas, que demanda una mayor transparencia, ya sea por obligación o por voluntariedad, y que también les fuerza a incrementar la plantilla», repasa Deutsche Bank.

Sin embargo, esta inflación también debería provocar efectos positivos para las empresas que las incorporen, por ejemplo soportando un menor coste del riesgo (lo que deriva en una valoración fundamental más positiva).

«Los análisis de los efectos de la ESG en el coste del capital es mixto», reflexionan los analistas del banco germano. «Un estudio señala que las compañías con los mejores rating ESG del índice MSCI World cuenta con un coste de capital medio del 6,16 por ciento, materialmente más bajo que el 6,55 por ciento medio de las empresas con las peores notas. Otro estudio destaca que una mejor nota ESG puede reducir el coste de capital un 10 por ciento», añade.

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