El impacto de la nueva geoestrategia

¿Mantequilla o cañones? La famosa pregunta nos lleva a analizar el impacto de una guerra en la reactivación de la demanda

La guerra nunca es una buena noticia ni para la economía ni para los mercados y ello incluso haciendo abstracción de la tragedia humana que siempre arrastra. Esta afirmación no solo es un tema moral sino también material.  

La reactivación de la demanda que se da durante las conflagraciones bélicas es para fabricar unos bienes que no son útiles a los ciudadanos en situaciones de paz y lo que es más, impone a estos renunciar a bienes civiles para destinar esa capacidad productiva a bienes militares mientras dure el enfrentamiento (recordemos la famosa pregunta atribuida a Samuelson: ¿mantequilla o cañones?). 

Y una vez finalizado el conflicto armado, la economía tiene que volver a reasignar los factores productivos para alinearlos con lo que se demanda en tiempos de paz con lo doloroso que ello resulta. En la guerra todos pierden, aunque en distinta proporción según quien sea el vencedor (incluso ni eso, recordemos el origen del término victoria pírrica).

Dejando por sentado que el conflicto armado en Ucrania es una mala noticia, tenemos un problema de visibilidad, puesto que no conocemos el alcance en el espacio y en el tiempo. Evidentemente, cuanto más se extienda en uno u otro sentido tanto peores serán las consecuencias. Además, el nuevo equilibrio geoestratégico, pues ha quedado obsoleto el vigente tras la caída del Muro de Berlín, tendrá trascendencia en la economía y en los mercados. 

La financiación de las guerras siempre ha tenido un efecto inflacionista claro

Pese a todo lo anterior, sí podemos dar unas líneas maestras de las consecuencias de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. En primer lugar, la zona geográfica más afectada es Europa, sobre todo los países deficitarios en energía y tanto más cuanto más dependan del gas natural. 

La segunda línea es un aumento del fenómeno global de la inflación, no solo por el encarecimiento de las materias primas, sino también por la financiación de las acciones bélicas; estas siempre han tenido un efecto inflacionista claro.

No es fácil prever la actuación de los bancos centrales en este contexto porque, por una parte, tratarán de evitar más rigores a la actividad en un momento en que se va a ver muy afectada, y por otra, no podrán abandonar su papel de combate contra la inflación. Desde luego, partiendo de los niveles de tipos de interés actuales lo más probable es que suban sus tasas rectoras y que lleven estas a niveles más neutrales desde la marcada laxitud actual. 

Los recientes movimientos han sido alcistas en precio para los bonos gubernamentales y pensamos que la represión financiera (nos referimos al fenómeno consistente en que las rentabilidades de la deuda pública está por debajo de la inflación de modo que el rendimiento real -en términos de capacidad de compra- es negativo) será un fenómeno que nos acompañará toda esta década. Creemos que sí puede haber repuntes en las rentabilidades de los bonos, pero estas serán moderadas.

Liquidez

Si no hay intervención de los bancos centrales, y esto es una gran suposición que desbarate la realidad, los bonos corporativos deberían sufrir por las consecuencias por el empeoramiento de la solvencia de las empresas derivado de la subida de las materias primas y de la reasignación de la producción.

Y, por último, este es un peor escenario para el mercado bursátil que el previamente existente, pero aún así parece que, junto a la liquidez, es el activo que ofrece un mejor binomio rentabilidad/riesgo, aunque no es el momento de asumir grandes posiciones porque el nivel de incertidumbre es muy elevado por la escasa visibilidad de los hechos futuros.

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