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Overshoot: ya vivimos a crédito del planeta

El momento en el que agotamos los recursos que la Tierra regenera anualmente se adelanta año tras año en el calendario. Este año consumiremos 1,75 veces la producción natural

El 28 de julio alcanzamos el ‘overshoot’ o día de sobregiro ecológico de la Tierra. Esto significa que en algo menos de siete meses habremos agotado los recursos naturales que la Tierra es capaz de regenerar por sí misma en un año. A partir de ese día nuestro sobreconsumo nos lleva a vivir a crédito, durante 5 meses, de las reservas de recursos ecológicos. 

En base a este criterio, según Global Footprint Network, para que en 2022 se satisfaga el consumo global de la Humanidad estaremos obligando a que el planeta produzca como 1,75 Tierras.

¿Por qué prestarle atención, si al fin y al cabo la Tierra va a seguir respondiendo? La fecha exacta en sí no es importante, pero sí el hecho de que cada vez llegamos antes a esta situación de déficit con las implicaciones que esto entraña y más en un momento como en el que nos encontramos donde la invasión de Ucrania está tensionando aún más la seguridad energética y alimentaria.

El primer sobregiro ecológico global se registró a finales de diciembre de 1970. Durante los últimos 30 años el sobregiro no ha dejado de avanzar sin pausa en el calendario, salvo por un retroceso, de casi un mes en 2020, debido a la pandemia.

Este avance muestra como el consumo de recursos naturales, la acumulación de desechos y la emisión de gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono, sobrepasa con mucho la capacidad terrestre de regeneración biológica.

Es un aspecto que debería ocupar y preocupar tanto al sector público como privado, pero sin duda a la sociedad en su conjunto: la mitad de la biocapacidad de la de la Tierra se utiliza para la producción de alimentos y llevamos debilitando esta capacidad desde 1970, mientras que la población mundial ha experimentado un crecimiento del 121 por ciento.

¿Cómo garantizar el acceso a una reserva alimentaria saludable y suficiente, teniendo presente que los recursos naturales son limitados y que las adversidades, en forma de conflictos, fenómenos climáticos extremos o perturbaciones económicas se van a seguir dando?

Tal vez no sea cuestión de mayor producción, sino de mayor eficiencia y racionalización en el consumo y en el reparto. La agricultura actual está produciendo más comida por habitante que nunca, sin embargo:

El desperdicio de alimentos a menudo se pasa por alto en el debate del cambio climático pero se calcula que entre el 8% y el 10% de las emisiones mundiales de GEI se asocian con alimentos que nunca se consumieron.  Eso es más que todas las emisiones del plástico que producimos (3,8 por ciento), las asociadas a la aviación (1,9 por ciento) o a la extracción de petróleo (3,8 por ciento). Si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero.

  • Alrededor de un tercio de los alimentos producidos en el mundo para el consumo humano, ¡1.300 millones de toneladas cada año!, se pierde o se desperdicia, y los países de ingresos altos y bajos desperdician aproximadamente las mismas cantidades de alimentos, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación).  El volumen de alimentos desperdiciados es cuatro veces la cantidad necesaria para alimentar a quienes sufren desnutrición en todo el mundo.

Si queremos garantizar la seguridad alimentaria debemos empezar por reducir la pérdida y el desperdicio de comida, incentivar prácticas agroecológicas y regenerativas, además de promover la colaboración del sector privado y el tercer sector.

Francia fue el primer país del mundo que prohibió que los supermercados tiren o destruyan comida

Francia se convirtió en 2016 en el primer país del mundo en prohibir a los supermercados que tiren o destruyan la comida que queda sin vender, obligándolos, en cambio, a donarla a organizaciones benéficas y bancos de alimentos. Así, el 67 por ciento de los suministros a los Bancos de Alimentos proceden de productos destinados inicialmente a desechos alimentarios. Además, de la gran distribución, la industria agroalimentaria y los productores agrícolas participan donando artículos con defectos de embalaje o etiquetado, frutas y verduras de mal calibre o excedentes.

El paso normativo de España

Siguiendo esta línea, España aprobó en junio el Proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario. Una ley necesaria ya que cada año se desperdician en nuestro país 7,7 millones de toneladas de comida, generándose el 42 por ciento en los hogares.

Según AECOC, existe una clara conciencia entre los ciudadanos de que España es uno de los países con mayor desperdicio de alimentos por habitante: el 65 por ciento cree que estamos por encima de la media y esa percepción no va desencaminada con lo que se recoge en el Food Sustainability Index, donde aparecemos por detrás de Alemania, Portugal, Italia, Francia o Estonia.

¿Cómo podemos hacer para que ese convencimiento, más que una constatación se convierta en acción?

Dado que es el punto de la cadena alimentaria donde mayor desperdicio se produce, es crítico implicar a los hogares, a cada uno de nosotros. Al igual que la movilidad sostenible se ha ganado un espacio en la sociedad, las ciudades trabajan por alcanzar la categoría de Smart City, creo que toda ciudad reconocida como Smart City debería contar con una cultura alimentaria sostenible, con acciones claras de disminución del desperdicio, más allá de la creación de huertos sostenibles e inclusivos.

Reducir el desperdicio de alimentos a la mitad para 2030 es uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. Muchas estrategias nacionales desde Australia, Estados Unidos o Europa se han hecho eco del mismo, sin embargo, las actuaciones dadas para implicar a ciudadanos son escasas.

Abordar el desperdicio de alimentos en el hogar es la acción más impactante que cada uno de nosotros puede hacer. Su reducción presenta oportunidades para abordar el cambio climático, aumentar la seguridad alimentaria, la justicia social, la productividad y la eficiencia económica, además del ahorro de energía y otros recursos productivos.

No hay que olvidar que ”si uno no se apura a cambiar el mundo, luego es el mundo quien lo cambia a uno.” (Mafalda).

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